En plena «Navidad» encarcelan al Niño Jesús por Terrorista

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Opinión, columnista Lcdo. Luis Navarro.
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Desde tiempos bíblicos los infantes, los menores de edad, los adolescentes, han sido, lamentablemente, parte del acervo de las atrocidades, desmanes y violaciones de todo tipo que se han plasmado en las páginas más oscuras y sangrientas de la historia de la humanidad.

El nombre Herodes pasó a convertirse por antonomasia en perseguidor y genocida de bebés, así como lo es Nerón con relación a la crueldad, la maldad y la barbarie aplicada a sus rivales, a sus oponentes, incluso a sus propios familiares.

La historiografía universal está plagada de las peores atrocidades en contra de los menores de edad. Desde Atila, pasando por las terribles prácticas de la Inquisición que aplicó la Iglesia Católica para preservar e imponer su verdad, hasta las interminables «bibliotecas» que llegan hasta nuestros días sobre abusos, principalmente sexuales, por parte de algunas autoridades y ciertos jerarcas religiosos, que dejan muy mal parados a un grupo de los representantes de Dios en la Tierra.

Todos esos abusos, crímenes y desmanes contra infantes tienen un denominador común: parten desde la “autoridad” que da el Poder, ejercido para abusar del mismo en contra de los siervos en la Edad Media, en contra de los obreros en los albores de la Revolución Industrial por un capitalismo voraz y que aún persiste variopinta; de los figurines de “democracias” de papel en contra de la masa de hambrientos, harapientos e ignorantes. La de las dictaduras militares y teocráticas sobre sus seguidores e ilusos creyentes de la redención uniformada o la espiritual.

Pero la peor de todas es aquella que en nombre de la Justicia y la Igualdad, un puñado de ególatras comunistas/socialistas han establecido en los últimos cien años en diferentes países de la Tierra, en épocas distintas y que aún un selecto club de criminales prevalece, en nombre de la dictadura del proletariado. Unos doscientos millones de personas asesinadas en pos de la utopía de la igualdad y la de la paz de los sepulcros. De esa cifra, se calcula que el 30% eran niños.

Al sur de nuestro continente está fresca la sangre derramada de los vientres de las madres a las que les extrajeron sus bebés para “eliminar” a un potencial izquierdista, como también la barbarie de la casa real de los Castros, que al son de una guajira cubana empujó a cientos de miles de jóvenes menores de edad a los ardientes cañaverales o a lanzarse al mar de la felicidad para que sirvieran de alimento a los tiburones.

Chapita Trujillo, como bien lo recogió en su laureada novela “La Fiesta del Chivo” el hispano-peruano Mario Vargas Llosa, se refocilaba con las imberbes hijas de sus ministros a cambio de ascensos y protección del mandamás. De esa manera se daba de la mano con las carajitas que perseguía en La Orchila Marcos Pérez Jiménez, e igualmente también con el sadismo de la dinastía de los Somoza contra los menores encarcelados. O más recientemente, la perversión de Daniel Ortega contra la hija de su propia cónyuge Rosario Murillo, hecho denunciado por su propia hijastra, o las más cercanas revelaciones del papel preponderante que juega un impresentable Evo Morales en una red de trata y abuso de niñas en Bolivia. Pinochet y sus desguaces merecen un capítulo aparte, según testimonio de la escritora chilena Isabel Allende.

¿A qué viene este extenso y tortuoso recuento y desmanes? Pues que los testimonios que se recogen y han logrado salir de las mazmorras del régimen de Nicolás Maduro denunciando los abusos contra menores, encarcelados después del rotundo triunfo del presidente electo Edmundo González Urrutia, el pasado 28 de julio, son espeluznantes.

Ni Juan Vicente Gómez, ni Marcos Pérez Jiménez se atrevieron a tanto en contra de unos menores de edad apresados, vejados, amenazados –ellos y sus familiares-, torturados, física y psicológicamente. Contado por las mismas víctimas y las madres de los muchachos que fueron detenidos sólo por estar el día y la hora en el sitio equivocado. Muchos de ellos encarcelados junto con sus padres, cuando regresaban de acompañarlos desde sus lugares de trabajo.

Las narraciones paralizan el corazón, nublan la mente y arrugan el alma. Unos jóvenes que apenas salen de su niñez han sido sometidos a los tratos más crueles que pueda soportar un ser humano y menos un menor de edad: aplicación de electricidad en sus genitales, amenazas de violación a niñas que apenas entran a su pubertad, colocación de bolsas de plástico sobre sus cabezas impregnadas de químicos tipo repelente o insecticidas, aplastamiento de tetillas y dedos con alicates, baños de agua helada en las madrugada, encerramientos en cuartos dos por dos con una bombilla incandescente sobre sus cabezas, para hacerlos perder la noción del tiempo y la conciencia. Amenazas con encerrarlos en pabellones de máxima seguridad, en donde se encuentran los peores criminales, a manera “ofrecer carne fresca”.

Los informes de las relatorías de Derechos Humanos de distintas ONGs son dantescos, uno más escalofriantes que otros. Provea está documentando cada caso para consignarlo a la relatoría de DDHH de la ONU, a la Comisión de Determinación de Hechos de NU. Por su parte, la activista por los DDHH Tamara Suju se dispone a hacer lo mismo ante la Corte Penal Internacional para seguir alimentando el voluminoso expediente contra Nicolás Maduro, sus esbirros y su cadena de colaboradores.

Pero las denuncias que han salido a la luz pública alcanzan hasta los familiares de los jóvenes menores de edad detenidos, siete de ellos pasados a tribunales para enjuiciarlos por supuestamente ser terroristas. Muchas jóvenes madres, quienes no han podido ver a sus hijos desde el pasado julio, han denunciado como los carceleros exigen favores sexuales a cambio de hacerles llegar comida a sus hijos.

Mireya González, madre de unos de los jóvenes detenidos, depositado en la cárcel para delincuentes y criminales comunes de Tocuyito, denunció que teme por la vida de su hijo Sandro Javier Rodríguez González, quien le hizo llegar su voz de auxilio por las golpizas, los tratos crueles e inhumanos que ha recibido. Tanto que en varias ocasiones ha perdido el conocimiento y no desea seguir viviendo, según ha manifestado. Sus custodios le exigieron 700 dólares para liberarlo, pero fue estafada, burlada. “Hace pocos días logré verlo, lo tenía frente a mí y no lo reconocí, de lo desnutrido que está. Le dan «comida» con gusano, y el agua, cuando le suministran para beber, es más barro que agua”.

Los relatos son dramáticos, la mayoría se esconde en el anonimato por el temor a represalias en contra de sus hijos, hermanos, primos, amigos menores de edad. Esto no tiene perdón de Dios. Lo peor no son las secuelas físicas traumáticas, sino las psicológicas que estos menores, víctimas de los peores tratos en su propio país, sufrirán por el resto de sus vidas. Sólo por pensar y querer un mejor futuro.

Los relatos me hacen evocar las imágenes de las cárceles del Pol Pot en Camboya, plasmadas en la cinta “Los Gritos del Silencio” (Roland Joffe 1984). Les aseguro que no exagero y menos ahora que salió el decreto de “Navidad”: ”Noche de Paz…Noche de Amor…ha nacido el Niño”, bueno creo que Herodes no pudo matarlo pero Maduro lo encarceló por terrorista, por sólo pedir Libertad. Mayor cinismo.

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