***Serie personajes de Bolívar.

CNP 8235 – Nuestra Venezuela está llena de personas espectaculares que configuran la esencia de nuestra tierra, más allá de los países y lugares impresionantes, lo más grandioso de esta tierra son sus habitantes, por ello El Correo Financiero inicia la serie “Personajes de Bolívar” para rendir un sencillo homenaje a esos hombres y mujeres, famosos o no que han ayudado a construir el gentilicio regional, como siempre marcado por la diversidad y universalidad de una región que ha sido crisol de la venezolanidad y el mundo.
José Gregorio Lara, un hombre sencillo, alegre, dicharachero y emprendedor, es uno de esos personajes que configuran la identidad de una región. No es un empresario de grandes vuelos, ni un terrateniente, ni un profesional destacado en un ramo en particular. José, conocido en la zona sur del estado como “El llanero” es un simplemente un hombre de campo y pueblo, amante de su familia, trabajador cuando toca y fiestero cuando se puede. Amigo de sus amigos, y cabeza y aglutinador de su amplia familia.
Hasta aquí sus características aplican para casi cualquier venezolano. Sin embargo cuando alguien se toma la molestia de conocer un poco su muy ajetreada historia, se encuentra con la sorpresa de un personaje que reúne en sí las características típicas de la venezolanidad y algunas que sólo son parte de la idiosincrasia minera del estado Bolívar.
Llanero de origen y elección
“El llanero” es de esos seres que pueden vivir en varios mundos, siendo exponentes fuertes de cada uno de ellos. Como su apelativo lo indica es oriundo de los llanos venezolanos, de la población de Biruaca, del mismo nombre del muy vernáculo estado Apure. O sea, realmente es llanero de origen; si bien buena parte de su infancia la pasó en Yaritagua, pueblo rural y agropecuario en el estado Yaracuy, pero al tiempo muy cerca de Barquisimeto.

En Yaritagua aprendió los oficios del campo pues su madre lo crió junto a sus 8 hermanos mayores siendo la encargada de la cocina de una hacienda. Por ello desde muy temprano aprendió a sembrar, cosechar, arrimar ganado, montar a caballo y hasta rudimentos de la doma de los potros, pues uno de sus tíos se dedicaba a esa labor. Como muchacho humilde ayudó a su tía vendiendo pastelitos en las calles del pueblo donde comenzaron sus andanzas por ser de esos niños “avispados” por naturaleza, lo que le ayudó a convertirse en una persona muy sociable, como el mismo reconoce.
A los once años, con apenas la primera cursada, vino a visitar a uno de sus hermanos mayores que trabajaba en las minas de oro del estado Bolívar, en esa estancia siguiendo su deseo de ser productivo se puso a trabajar y recogió un dinero con el que ayudó a su mamá al retornar a Yaritagua. Desde ese instante en adelante decidió que su destino era dedicarse a trabajar para meterle una mano a su familia. Así luego de varios ruegos e intentonas le dieron el permiso para venirse con su hermano a las mimas de este estado.
Su adolescencia y juventud se la pasó trabajando en la mina por temporadas, que mezclaba con otras laborando en fincas ganaderas y las actividades comerciales más diversas, pues si hay una cosa que caracteriza al “Llanero” es que es hábil para ser productivo en campos tan disímiles como ser minero, bodeguero, orfebre, comerciante, matarife de ganado, agricultor y prácticamente lo que venga. Por eso una de esas características que le hace destacar como personaje, es la muy criolla capacidad de ser un “todero”, y como él mismo dice, de “bailar al ritmo del joropo que le pongan”. Y si, otra de sus características, es que tiene refranes disponibles para toda ocasión.
La familia su mayor fortuna en la zona minera
En la mina José Gregorio hizo de todo, y alternaba por temporadas su trabajo de minero con el de hombre de llano, sembrando, criando ganado, y comerciando. Hasta que en una de esas logró ubicarse con una bodega tipo pulpería en la zona minera, donde le comenzó a ir muy bien por un tiempo. Pero como todo en ese mundo, hay altas y bajas, y en las caídas clientes mala paga lo dejaron quebrado.
Con todo allí en la zona minera fue donde halló su mayor riqueza, comentó “El llanero” que precisamente en los predios de Bolívar, por el kilómetro 27, fue donde conoció y se enamoró de Yadira Magdalena García, a que fue enamorando de poco hasta que la sacó de su casa para hacerla la madre de sus hijos, el varón que el mayor y las 3 hembras que lo siguieron. Ese para Lara es el mayor tesoro que Bolívar le regaló. Con un frase describe completamente su sentido del hogar; “la familia es más que la mitad del cuerpo”.
Y ese arraigo familiar no se circunscribe a su propio hogar, sino que abarca a sus tíos primos y a muchos amigos a los que ha adoptado como parte de su familia. Siendo el factor que une a todos, el que los alegre y sale en su ayuda cuando lo requieren sin esperar nada a cambio, porque como dice “son de mi sangre”.
Entre tantos altibajos dejó la mina y se dedicó al comercio y otros oficios, dentro de los que cuentan la larga lista de habilidades de campo que aprendió desde pequeño que le llevaron a ser ganadero, matarife de ganado diverso cuando se requería, agricultor, orfebre, oficio que aprendió de su esposa, y especialmente comerciante. Pues si hay algo que siempre ha puesto a en práctica es “no quedarse en el aparato”, ya que como dice el mismo, “si no hay por un lado toca resolver por el otro”.

Una vida llena de muchos Oficios
Así su vida que le ha mantenido rodando por muchas ciudades de Venezuela, pues cuando la cosa no iba en la zona minera se mudó a su Yaritagua de la infancia donde le metió al comercio, y hasta llegó a tener una almacenadora entre muchos tumbos que hubo de dar, mientras su familia iba creciendo en número.
Por ello su lista de habilidades es muy larga, aunque la que ama por encima de todo es el campo, la cría y cuidado de ganado.
Parrillero, joropero y compositor
Como buen llanero de pura cepa, Lara siempre ha sido a sido un hombre afable con muchos conocidos y algunos buenos amigos. Y como buen llanero naturalmente es amante de la parrilla y cuando sale una no sólo mata el mismo la res y la deposta o trocea por completo, sino que prepara una parrilla a la vara que realmente es de muy alta calidad.
Amante de la música criolla, no podía dejar de bailarla y con tal grado de maestría que en el 2002 consiguió el título de “Alpargata de oro” por ser el primer joropero del mayor evento de ese año. Inquieto como el que más, Lara que no toca sino la puerta, le mete a la composición y lleva al menos 3 temas de su propia autoría, plenos de la picaresca venezolana, reflexivos y tremendamente vivenciales que muestran un talento que quizá no ha explotado nunca lo suficiente.
Como ñapa, “El llanero” es amante de los gallos, encanta ir a un palenque a apostarle a sus aves, de las cuales tiene una cría importante y le han dado más de un triunfo y unos realitos. Además le gusta jugar barajas y es un “truquero” temible pues tiene años de práctica y disfruta el juego de cartas.
Más reposado y agradecido con la vida
Hace un ratito José Gregorio Lara cumplió el medio cupón, pasó de los 50 años, y eso le ha puesto algo más reflexivo, por lo que le llegó la hora de hacer balances de su vida, que considera como dice “bien vivida, zapateada y golpeada”, pero sobre todo llena de gente valiosa y maravillosa que le ha rodeado.
A sus cincuenta y pocos sigue dedicado a múltiples actividades, especialmente al comercio variado, por lo que se mantiene plenamente activo, parrandero, dicharachero y sonriente como siempre. Hoy atesora mucho el tiempo con su familia, con su esposa que dice es la que manda, con su hijo mayor, al que además de amar admira por lo serio y trabajador y sus tres muchachas, dos ya casadas a cuyos maridos adoptó como hijos y la menor que estudia medicina.
“El llanero” de Tumeremo cree tener mucho por vivir aún, pero especialmente se siente agradecido por la vida, pues con buenas y malas le dio a su familia y tantos seres queridos que le hacen grata la existencia.
Sus múltiples vivencias que dan para llenar un libro, su carisma e impacto en Tumeremo donde todos le conocen y le aprecian, lo hacen ser parte de esa lista no escrita de personas normales que tienen vidas excepcionales y se convierten en protagonistas de nuestra historia, en personajes.